domingo

Autorretrato

Pero es que acá no me encuentro...

¡Mira!, allá se desgarra otra nube,
otra nube que se deshoja marchita entre los dedos, como quien desgarrara carne del animal que se ha convertido en presa del hambre;
porque acá estamos presos bajo todos los círculos —¿no es acaso lo contrario?—,
como el inicio, o la ruptura de toda elipse,
de toda verbalización, de toda creación...

¿Qué es, qué son nuestros actos vistos por los demás?
Mira mis huellas, no son más que residuos, una anécdota si quieres así llamarles...
¡Y la cultura! Esa feca con la que llenas tu boca de discursos grandilocuentes, pero en fin, ni estoy acá para preocuparme de lo que digieres... decía, entonces, la cultura, que también es residuo, así como el arte, que es otra cepa...
¡qué es acaso un artista!, un artista, sino un ente paridor, o también un canal, que a través de él, la vida transita y marca, de distinta forma, los pasos, pero ¿la vida se transita?, ¿es correcto verla como se podría ver a otro objeto en cualquier paisaje? Un error, un error, eso es... Nos hemos de sentir más vivos siendo nuestros propios espectadores.

Pasividad; objetividad.

¿Y qué podría decir sobre mí?
Este atado de espanto, de carne y respiración, oxidación;
podría decir, quizás, que soy un caldo de cultivo, pero no existe caldo más curioso que el vómito mismo; ¿seré lo mismo que un vómito? Sí, sí, explosivo, sí, irreflexivo, sí, así;
y de mí, de este atado orgánico, es que fluctúa cualquiera de los pulsos de los que se compone la arquitectura mítica de una lanzada de arena,
¿qué sería de mí si no fuera todas las antípodas posibles? Allí, donde quieras trazar cualquier dimensión, diré que te contengo y que soy tu contrario;
o que de mí, esta conjunción de brasas, la calamidad pulsante expele espinas por las uñas; o que en mí, esta idea subyacente bajo esta suave carne, rotan los infinitos engranajes empapados en nostalgia,
porque la nostalgia es eso, la formación central de las brasas, un pequeño calor que mantiene todo bien temperado adentro de los sueños.

Hay quien cree que la nostalgia es todo lo contrario,
yo digo que se equivocan sin equivocarse,
igualmente como dicen y dicen de las revoluciones y las revoluciones y las revoluciones,
yo digo que se les han llenado las manos de palabras, palabras que pesan todos los siglos juntos,
todas las ideas juntas,
y que se han marchitado lo mismo que un capullo de clavel bajo la inclemencia de una sequía;
toda palabrería es una sequía —heme aquí, soy culpable de esta fisura en mis vísceras—,
una terca, una terca sequía, una inacción de lo que debe ser.

Ahora, en este instante, vengo a ser inclemente como este viento que revolotea en mi negra cabellera;
seré el pulmón, el corazón, los bronquios y toda la circuitería que, engañándonos, le hemos llamado milenariamente «cuerpo humano»;
soy el resumen de toda una infinidad de devenires, incluso desde el inicio mismo —que es este, porque no hay inicio distinto a este que cargo bajo los pies y no habrá otro distinto entre sí hasta que se despeguen todos los átomos, unos de otros, cuando entiendan lo vacío que nos encontramos al palpar,
al manotear el aire,
lo que nuestros sentidos interpretan—..
este que soy ahora le habla al que será mañana,
no sólo le habla —porque estoy siendo él ahora—, sino que lo acaricia y lo calma ante cualquier ansiedad,
bebe del mismo futuro del que lo hago en este instante;
ahora le digo a él para que, cuando sea el momento oportuno, me diga a mí propio que abra los ojos, sienta al tacto de sus —mis— pies el suelo enmaderado y entierre suavemente las manos en la tierra, así como alguna vez hizo —hice— con los pies en tierra húmeda y arada, buscando enraizarse desesperadamente al abandono;
pero ¿qué es abrazar toda esta circunferencia?

¿Es apenas un gesto débil y moribundo, un capricho, un deseo de ser todo siendo algo cercano a la nada?
O ¿es esa cosa cercana a la nada esta pregunta, el lenguaje desenvuelto, cual lengua crecida que lame el porvenir de esta finitud?

Bajo esta suave carnosidad duelen todos los segundos, y soy cínico, muy cínico, porque bloqueo cualquier intento de movimiento perpetuo
—¡que tu movimiento, tu puñetazo, se pierda en el espacio y reviente infinitos!—,
cualquier atisbo negro de reverberación física, pulsación,
viejos resquemores de muertes pasadas,
cualquier indicio que perturbe el descanso inmaculado —la blancura de una ausencia sonora—,
cualquier brusquedad en los sentidos mismos,
y que puedan romper la continuidad indeterminada de ese segundo en que ya he inspirado y el cuerpo, ya automatizado,
se prepara para exhalar continuando su antiguo ciclo.

He entrado en otro estado, todo cuanto toco quiere volverse uno con uno adentro, todo húmedo y viscoso.
¿Acaso las sonoridades también tienen colores?
¿Acaso tus palabras —estas también— huelen?
Adentro, todo, muy adentro, tiene un solo color, tiene un solo olor, tiene, también, un solo lenguaje desconocido,
¡incluso lo totalitario, lo absoluto, siendo único es distinto y distinto entre todos y cada uno!
¿Y por qué, si desconozco, quieres volcarte en mí?
(¿Recuerdas las nubes, ves cómo las desgarran y armo lindos atados donde tus vaivenes, y los de tus ojos, se asemejan a esos reflejos salinos en movimiento desde millones y millones de años?)

Hay corporalidad en este canto, hay corporalidad desde este canto,
hay fracciones que son semejantes a espacios recónditos, indeterminados, inabarcables, absolutos, sí;
tengo en la boca el alimento de este y cada unos de los días venideros,
tengo en la boca mucho más que eso también:
una voz que es ramaje absorto y fresco de un membrillo pulsante, pujante,
todas las moléculas que recrean esta y cualquier realidad que deseemos,
la identidad misma de Dios —que es «tiempo sin ritmo» y que por eso se ha vuelto absurdo y ajeno a mi rostro—,
los colores de todos los sonidos y todos los vocabularios,
tengo en la lengua misma el color de esta sonoridad que no es otra cosa que instinto de procreación, el color de la animalidad,
el olor de la herejía y la histeria,
el suave tacto de cuando buscamos las raíces de uno en el otro,
¿no existe cosa que no se haga participe, no desee su propia liberación?

¿Y por qué yo, por qué, si sólo soy un susurro desenfrenado?