miércoles

Es en todas las direcciones que uno se envuelve, así: 
desde adentro, 
desde la propia placenta de cada uno que pare cada instante imperecedero y, sin embargo, finito; 
la propia placenta, divinidad, universo que dicen es exclusivo de las hembras de mi raza 

─¿es que yo tengo raza o linaje siquiera?─, 

pura pulsión, pura sangre, carne, huesos y caldo primordial.

Acaso ese caldo es una sucesión de distintos estados hermanados con el agua: 
se le conoce por líquido amniótico, pero yo no vengo desde la ciencia a describir la pureza del ambiente en que nos hemos desarrollado, 
tampoco a centrar los puntos cardinales de la fisionomía y menos a cartografiar todos los dolores del parto, tu bienvenida a esta esterilidad donde te recogen, 
en este tiempo,
con trapos totalmente inócuos porque te suponen vulnerable. 
Olvidan todas las artes del logos que nacemos desde el propio dolor (acaso la Naturaleza misma, más la nuestra propia que es impoluta, se complementen los conocimientos de los orígenes donde todo era guerra y dominio), 
pero después, con sólo palpar la aridez de una piel es que recobramos la memoria perdida, 
y con ello, la capacidad de transformarnos en un punto extendido, 
en un punto totalmente abarcador; 
un punto que es verdadero origen y no corresponde a ninguna dimensión, el equivalente al momento en que espermatozoide y óvulo implosionan las fronteras del infinito y se atan, se subyugan bajo el flujo que constituiremos.

No vengo a apelar a la libertad, 
tampoco a que levantes todos los sentidos y luches 

─eso ya lo llevas dentro, y está hibernando, durmiendo latente y proximo a devenir nuevo pulso bajo las carnes, órganos y fluidos─.

Siquiera he rasgado la dermis a este asunto, 
porque estoy apretando donde más duele, el mismo acto de respirar, de latir, 
el signo del flujo, para volver al momento que he descrito como todas las direcciones y posibilidades. 

Que haya uno, sólo uno y que para eso tenga que volverme difuso y perder todos los contornos, 
las orillas, 
las limitaciones físicas mismas; 
no apelo a la libertad, no, 
porque sólo se ha convertido en lo inalcanzable, 
lo inabarcable, 
y son los mismos dolores los que me atan, y que con gusto acato, al sabor que deja en mi lengua la tierra y las hojas resquebrajándose, 
las piedras, 
cualquier atisbo orgánico, 
laberintos subterráneos, 
incluso napas y minerales pétreos. 
Acaso todo esto se ha vuelto uno conmigo mismo y me han aceptado la condición ósea que arrastro por elección; 
es que uno se ha de convertir en buen abono, retribución por cuanto hemos tomado, 
todo lo que hemos tomado con los dedos hacia la boca. 

Entonces, ante esta cuestión, 

¿qué y cómo es que se define todo aquello que puede ser definido? 
La misma Tierra describe su trayectoria como una elipse, pero 
¿es correcto decir que avanza? 
O la misma posición en el espacio, el espacio corporal 
¿Qué es arriba o abajo o adelante o atrás? 

Adentro de todo flujo no existe movimiento, sino que transcurso; y es en el mismo interior donde se rompen todas la leyes físicas, 
ataduras de carne, 
se pierde toda referencia de los horizontes, e incluso, se rompe la mano que lanza guijarros y crea paradojas absolutas.

¿Y tanta ramificación sin centro?

¿Importa el centro?

No, en absoluto. 
No importa, porque cada punto es padre-centro e hijo-centro también; 
el pensamiento mismo, la consciencia, el último músculo a dominar ¿tiene centro? 
Se asemeja a ese ramaje profuso y oloroso que tengo por vocación y por vocablo también; 
además, se asemeja a eso que desconozco: la geometría perdida, la primera y última orilla, 
sí, esa que se dibuja con el cuerpo tumbado saboreando lo polvoroso, humedeciendo todos los signos y plantando umbrales de inflexión. 

No existe forma benévola ni tampoco su contraparte. 

No hay forma, sólo transcurso; 
no hay forma (las formas se definen por la acción misma), 
sólo un cuerpo, que es común-unión de todos los órganos en conjunto, que se piensa fuera de los extramuros (...)

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