Fragmentos de mí han sido desperdigados por todo el tiempo, me han despedazado, convertido en retazos de retazos, sombras de mi sombra soy;
me encuentro buscándolos a ciegas, desbarrancándome, perdido, completamente perdido;
Pariendo de mis párpados ajenos una lágrima dorada, a la manera de una amanecer ensangrentado en medio de cerros enlutados enarbolados de bosques tentaculares,
escucho el bullicio propio de la ciudad y su soledad hecha concreto frio e indiferente.
Roqueríos que caen por acantilados silenciosos despiden a los pájaros señalando al cielo tremendamente blanco, y al fondo,
allá abajo se hacen pedazos los brazos del mar ante el universo destruido que soy yo.
Y respiro,
expectante,
El fin de todo.
Espejándome en tus manos y en tus dedos, encuentro mi aire,
y agonizo
y muero
y vivo.
Así como de tu boca nacen polillas colmadas de caminos asolados por la soledad y el recuerdo y el silencio; me veo caminando y
persiguiendo el Sol nacido del Sol de tu rostro hecho ceniza negra.
Y el abrazo fantasmal del mar hecho niebla salobre nos envuelve en la noche helada, y bramando,
la bestia del ser humano descansa sobre las babas
El grito desgarrador de la Madre.
Nos llora el mar sus luces tenues repartidas en su arena lanzada a puñados contra la brisa susurrante de la luna, quien se afirma borracha en cuatro patas y nos vomita su hálito espumoso.
Duelen las manos, todas magulladas y apuñaladas por las pequeñas cuchillas que el camino posee, y arrastrándome quedo tirado a mitad del camino, rendido,
hecho polvo del polvo que he respirado colmando de vacío lúgubre mis arterias reventadas de sangre obscurecida;
y alimentamos el ego del vacío de formas sin formas de las sombras que éramos.
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(De tu boca salen púas que me persiguen, buscan estrangular la garganta de mi pecho herido, abierto, atravesado por lanzas subidas del cielo, cuando caí hacia arriba sin poder frenar mi destino)
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Silencio es lo que busco, origen de la cacofonía que es mi vida; silencio como el recuerdo de cual me alimento atascándome las manos en la boca
sellando cualquier agujero o burbuja en la que pueda respirar mi propio aire repleto de miasmas.
Ajada está mi lengua, quemada y rota por la sal marina de tus notas musicales que supuras de tus oídos y que yo lamo del suelo como si en ello
se me fuera la vida.
Infancia, recuerdos vagos que supuran de mis pensamientos y que,
corrompiendo mi cuerpo,
salen afuera, al exterior, a mi piel para arañar y rasgar el ataúd que por ropa llevo;
¿dónde nos negamos los dos, Sombra e Imagen, en el pensamiento de otro?
Un tercero es habitable (aún existiendo el cuarto), con la piel resquebrajada, barba pétrea y mirada anulada en el reflejo infinito del espejo en el cual se observa.
Soy una nube cargada de sangre que camina y que se asfixia ante la inmensidad del horizonte, y lluevo,
lluevo
hachas melladas y manchadas de sangre
astillas tronchadas
hojas
ramas y savia de colores ámbares
y pájaros juntos a sus nido repletos de huevos podridos;
lluevo atardeceres nublados de vientos gélidos huracanados junto a ti, a ti, a ti que no estás acá:
¿Existes?
Sombras de bestia humana hecha sentimientos corroen los ojos reventando la hiel de los párpados,
y los dientes caen pútridos;
y como una pelusa entre los dedos, en la mano, en los ojos y pupilas,
el alma es casi inexistente e inflamable al contacto de la respiración.
¿Qué se puede hacer si ante esos ojos no valgo nada?
¿Desbarrancarme?
¿Flagelar mi rostro?
Mi alma corrompe el cuerpo que habito, el alma y su dolor son como las termitas de esta casa: la corroen, la desgastan,
y la devorarán hasta que caiga hecha pedazos;
(. . .)
a patadas el amor me ha devuelto al vertedero de mis pensamientos, y estos supuran la piel a la manera de manos hechas de gusanos que agujerean la tierra, haciéndola agua entre la sangre que vomito.