A los Poetas cuando se los requiere
en el entreacto de la casual sangre
un vano baile sin iniciativa entra
igual que el castigo en casa:
una madre que se come la fuga latigante
por el desespero de no poder parar la olla
y cuando hay, la alegría es un ripio
hallándonos conviviendo en la Poesía
consolándonos con que sólo han aprendido
a presionar [enter] ante un público
que ya se lo han desangrado
nuestros tontos juegos.
martes
miércoles
Es en todas las direcciones que uno se envuelve, así:
desde adentro,
desde la propia placenta de cada uno que pare cada instante imperecedero y, sin embargo, finito;
la propia placenta, divinidad, universo que dicen es exclusivo de las hembras de mi raza
─¿es que yo tengo raza o linaje siquiera?─,
pura pulsión, pura sangre, carne, huesos y caldo primordial.
Acaso ese caldo es una sucesión de distintos estados hermanados con el agua:
se le conoce por líquido amniótico, pero yo no vengo desde la ciencia a describir la pureza del ambiente en que nos hemos desarrollado,
tampoco a centrar los puntos cardinales de la fisionomía y menos a cartografiar todos los dolores del parto, tu bienvenida a esta esterilidad donde te recogen,
en este tiempo,
con trapos totalmente inócuos porque te suponen vulnerable.
Olvidan todas las artes del logos que nacemos desde el propio dolor (acaso la Naturaleza misma, más la nuestra propia que es impoluta, se complementen los conocimientos de los orígenes donde todo era guerra y dominio),
pero después, con sólo palpar la aridez de una piel es que recobramos la memoria perdida,
y con ello, la capacidad de transformarnos en un punto extendido,
en un punto totalmente abarcador;
un punto que es verdadero origen y no corresponde a ninguna dimensión, el equivalente al momento en que espermatozoide y óvulo implosionan las fronteras del infinito y se atan, se subyugan bajo el flujo que constituiremos.
No vengo a apelar a la libertad,
tampoco a que levantes todos los sentidos y luches
─eso ya lo llevas dentro, y está hibernando, durmiendo latente y proximo a devenir nuevo pulso bajo las carnes, órganos y fluidos─.
Siquiera he rasgado la dermis a este asunto,
porque estoy apretando donde más duele, el mismo acto de respirar, de latir,
el signo del flujo, para volver al momento que he descrito como todas las direcciones y posibilidades.
Que haya uno, sólo uno y que para eso tenga que volverme difuso y perder todos los contornos,
las orillas,
las limitaciones físicas mismas;
no apelo a la libertad, no,
porque sólo se ha convertido en lo inalcanzable,
lo inabarcable,
y son los mismos dolores los que me atan, y que con gusto acato, al sabor que deja en mi lengua la tierra y las hojas resquebrajándose,
las piedras,
cualquier atisbo orgánico,
laberintos subterráneos,
incluso napas y minerales pétreos.
Acaso todo esto se ha vuelto uno conmigo mismo y me han aceptado la condición ósea que arrastro por elección;
es que uno se ha de convertir en buen abono, retribución por cuanto hemos tomado,
todo lo que hemos tomado con los dedos hacia la boca.
Entonces, ante esta cuestión,
¿qué y cómo es que se define todo aquello que puede ser definido?
La misma Tierra describe su trayectoria como una elipse, pero
¿es correcto decir que avanza?
O la misma posición en el espacio, el espacio corporal
¿Qué es arriba o abajo o adelante o atrás?
Adentro de todo flujo no existe movimiento, sino que transcurso; y es en el mismo interior donde se rompen todas la leyes físicas,
ataduras de carne,
se pierde toda referencia de los horizontes, e incluso, se rompe la mano que lanza guijarros y crea paradojas absolutas.
¿Y tanta ramificación sin centro?
¿Importa el centro?
No, en absoluto.
No importa, porque cada punto es padre-centro e hijo-centro también;
el pensamiento mismo, la consciencia, el último músculo a dominar ¿tiene centro?
Se asemeja a ese ramaje profuso y oloroso que tengo por vocación y por vocablo también;
además, se asemeja a eso que desconozco: la geometría perdida, la primera y última orilla,
sí, esa que se dibuja con el cuerpo tumbado saboreando lo polvoroso, humedeciendo todos los signos y plantando umbrales de inflexión.
No existe forma benévola ni tampoco su contraparte.
No hay forma, sólo transcurso;
no hay forma (las formas se definen por la acción misma),
sólo un cuerpo, que es común-unión de todos los órganos en conjunto, que se piensa fuera de los extramuros (...)
desde adentro,
desde la propia placenta de cada uno que pare cada instante imperecedero y, sin embargo, finito;
la propia placenta, divinidad, universo que dicen es exclusivo de las hembras de mi raza
─¿es que yo tengo raza o linaje siquiera?─,
pura pulsión, pura sangre, carne, huesos y caldo primordial.
Acaso ese caldo es una sucesión de distintos estados hermanados con el agua:
se le conoce por líquido amniótico, pero yo no vengo desde la ciencia a describir la pureza del ambiente en que nos hemos desarrollado,
tampoco a centrar los puntos cardinales de la fisionomía y menos a cartografiar todos los dolores del parto, tu bienvenida a esta esterilidad donde te recogen,
en este tiempo,
con trapos totalmente inócuos porque te suponen vulnerable.
Olvidan todas las artes del logos que nacemos desde el propio dolor (acaso la Naturaleza misma, más la nuestra propia que es impoluta, se complementen los conocimientos de los orígenes donde todo era guerra y dominio),
pero después, con sólo palpar la aridez de una piel es que recobramos la memoria perdida,
y con ello, la capacidad de transformarnos en un punto extendido,
en un punto totalmente abarcador;
un punto que es verdadero origen y no corresponde a ninguna dimensión, el equivalente al momento en que espermatozoide y óvulo implosionan las fronteras del infinito y se atan, se subyugan bajo el flujo que constituiremos.
No vengo a apelar a la libertad,
tampoco a que levantes todos los sentidos y luches
─eso ya lo llevas dentro, y está hibernando, durmiendo latente y proximo a devenir nuevo pulso bajo las carnes, órganos y fluidos─.
Siquiera he rasgado la dermis a este asunto,
porque estoy apretando donde más duele, el mismo acto de respirar, de latir,
el signo del flujo, para volver al momento que he descrito como todas las direcciones y posibilidades.
Que haya uno, sólo uno y que para eso tenga que volverme difuso y perder todos los contornos,
las orillas,
las limitaciones físicas mismas;
no apelo a la libertad, no,
porque sólo se ha convertido en lo inalcanzable,
lo inabarcable,
y son los mismos dolores los que me atan, y que con gusto acato, al sabor que deja en mi lengua la tierra y las hojas resquebrajándose,
las piedras,
cualquier atisbo orgánico,
laberintos subterráneos,
incluso napas y minerales pétreos.
Acaso todo esto se ha vuelto uno conmigo mismo y me han aceptado la condición ósea que arrastro por elección;
es que uno se ha de convertir en buen abono, retribución por cuanto hemos tomado,
todo lo que hemos tomado con los dedos hacia la boca.
Entonces, ante esta cuestión,
¿qué y cómo es que se define todo aquello que puede ser definido?
La misma Tierra describe su trayectoria como una elipse, pero
¿es correcto decir que avanza?
O la misma posición en el espacio, el espacio corporal
¿Qué es arriba o abajo o adelante o atrás?
Adentro de todo flujo no existe movimiento, sino que transcurso; y es en el mismo interior donde se rompen todas la leyes físicas,
ataduras de carne,
se pierde toda referencia de los horizontes, e incluso, se rompe la mano que lanza guijarros y crea paradojas absolutas.
¿Y tanta ramificación sin centro?
¿Importa el centro?
No, en absoluto.
No importa, porque cada punto es padre-centro e hijo-centro también;
el pensamiento mismo, la consciencia, el último músculo a dominar ¿tiene centro?
Se asemeja a ese ramaje profuso y oloroso que tengo por vocación y por vocablo también;
además, se asemeja a eso que desconozco: la geometría perdida, la primera y última orilla,
sí, esa que se dibuja con el cuerpo tumbado saboreando lo polvoroso, humedeciendo todos los signos y plantando umbrales de inflexión.
No existe forma benévola ni tampoco su contraparte.
No hay forma, sólo transcurso;
no hay forma (las formas se definen por la acción misma),
sólo un cuerpo, que es común-unión de todos los órganos en conjunto, que se piensa fuera de los extramuros (...)
jueves
Epitafio
Aquí yace Cristián Martínez: un paco,
nuevo perro mártir de La Patria.
Murió sin ideal
bajo la descarnadura de un balazo,
por bruto, y lamiéndole los pies a su amo
EL CAPITAL.
(paréntesis)
Somos consumidores felices
¡Yo soy un consumidor feliz!
Y, ¿sabes?
Me preocupa lo que mis niños consumen.
Me gustaría consumir el cañón de una escopeta ahora mismo, si pudiera.
Lo agradecería, porque estoy en el infierno.
lunes
Átomos de una condición estética
La sangre, que está despedazada, conteniendo un mato gris de esperanza; y las horas guardándose los siglo y los símbolos bajo la manga,
Un poema es un objeto fútil, fruto de la descomposición metasíquica:
Una laguna de aire
durmiendo
riendo
distinto al vacío
(un silencio que se apodera de todo espacio
distinta a la ausencia
TODO es una antítesis de
Literatura)
pero identifico el día y la arquitectura que lo aqueja, bajo la pupila del sol, a los pasos de un río;
pero el yo ya es irrespirable.
Igual como si meciese los pensamientos, estos no deben la más mínima importancia; igual como si los meciese, acunándolos,
porque son verticalidad insolente, así como el habla y el gesto,
también la arquitectura fisiológica: toda meseta implica abismo.
Son los órganos que se me atan al cuerpo, se me atan, es mi máquina fúnebre, sin poder salir, sin poder caer;
por eso es que digo que toda poesía viene muerta,
porque viene desde adentro y sin caída:
no respira, no bebe, no eructa, no vomita.
He aquí un pequeño secreto: todo canto ha de ser ecuacionable, porque todo yo trae consigo una icógnita divina; el yo nunca es único. Por eso nunca tampoco miro el mar mientras escribo, la cuna de la vida no debe ser inspiración nunca, nunca; no así la sangre y la tierra.
Tampoco creo que en la cosificación de la vida: no debo tener más que mi cuerpo para escribir. Que sea puntal oblicuo del mundo.
Y el poema, mas no la poesía, debe romper su propio molde con llantos de nacimiento. Un llanto tan negro como su propio instinto. Que tenga temeridad. Siempre le he de temer.
Definitivamente hay que ser eje del mundo parado en una pata; bailando. Y yo, como toda estética, debo tener la violencia en las entrañas empantanadas del espíritu.
El hoy es otra de mis voces, el ahora como contrapunto. Aún así, todos los círculos ─siempre─ están redibujándose fuera de toda cartografía; y todo aquello que rodea a la poesía está construido para atrapar moscas ─además, el poeta es esa máquina con la fatalidad desnuda.
La poesía es el fracaso rotundo de la acción,
pero la acción, en sí misma, es la fragilidad del ser humano; aquello que reposa, durmiendo, en las vigas de la respiración axiomática. Toda acción corresponde a las reglas universales Newton: acción como el movimiento en espiral, es la caída imparable.
Es necesario, para ser buen asesino, prescindir de toda huella en la carne, como en la tierra, borrar todo paso dado. ─Pero todo lo que busco es, finalmente, degollarme en una caricia. Y todo texto escrito corresponde a una regla, lo mismo que llevarse el pan a la boca; aun así, no se subyugará todo a la enumeración.
(tras las nubes, viene el puelche y caen los zorzales de agua)
No respetaré definiciones, arquetipos, tropos o figuras preconcebidas, pues toda nueva busqueda necesita la destrucción de sí misma.
El poema es ese clavel depositado sobre el ataúd de los recuerdos; el poema es aquello que yace muerto y que se le revive con el hálito, y como todo juego necesita de reglas, me impondré sólo un límite, no así el tiempo, ni tampoco la extensión de cada construcción
(─el reflejo en la tierra mojada)
Pretendo en este acto ─el primero─ edificar todo aquello que me rodeo, resignificar, formular aquel atisbo de estética que me aqueja
pero,
¿qué edifica un poema?
nada.
Un poema es un objeto fútil, fruto de la descomposición metasíquica:
Una laguna de aire
durmiendo
riendo
distinto al vacío
(un silencio que se apodera de todo espacio
distinta a la ausencia
TODO es una antítesis de
Literatura)
martes
Despertar
¿No extrañas, siquiera, el despertar juntos,
a veces yo abrazándote o tú haciéndolo,
antes de abrir los ojos sentir que estamos, que somos uno, ahí, en ese instante,
—se abren los ojos— y nos vemos uno al lado del otro, sonriendo, mudos o dando el buen día y ofreciendo si necesita alguna cosa,
(siempre el desayuno, siempre),
y con sólo saber instintivamente que estamos los dos ahí
va a ser un buen día,
porque
no
necesitábamos
nada
más?
domingo
Autorretrato
Pero es que acá no me encuentro...
¡Mira!, allá se desgarra otra nube,
otra nube que se deshoja marchita entre los dedos, como quien desgarrara carne del animal que se ha convertido en presa del hambre;
porque acá estamos presos bajo todos los círculos —¿no es acaso lo contrario?—,
como el inicio, o la ruptura de toda elipse,
de toda verbalización, de toda creación...
¿Qué es, qué son nuestros actos vistos por los demás?
Mira mis huellas, no son más que residuos, una anécdota si quieres así llamarles...
¡Y la cultura! Esa feca con la que llenas tu boca de discursos grandilocuentes, pero en fin, ni estoy acá para preocuparme de lo que digieres... decía, entonces, la cultura, que también es residuo, así como el arte, que es otra cepa...
¡qué es acaso un artista!, un artista, sino un ente paridor, o también un canal, que a través de él, la vida transita y marca, de distinta forma, los pasos, pero ¿la vida se transita?, ¿es correcto verla como se podría ver a otro objeto en cualquier paisaje? Un error, un error, eso es... Nos hemos de sentir más vivos siendo nuestros propios espectadores.
Pasividad; objetividad.
¿Y qué podría decir sobre mí?
Este atado de espanto, de carne y respiración, oxidación;
podría decir, quizás, que soy un caldo de cultivo, pero no existe caldo más curioso que el vómito mismo; ¿seré lo mismo que un vómito? Sí, sí, explosivo, sí, irreflexivo, sí, así;
y de mí, de este atado orgánico, es que fluctúa cualquiera de los pulsos de los que se compone la arquitectura mítica de una lanzada de arena,
¿qué sería de mí si no fuera todas las antípodas posibles? Allí, donde quieras trazar cualquier dimensión, diré que te contengo y que soy tu contrario;
o que de mí, esta conjunción de brasas, la calamidad pulsante expele espinas por las uñas; o que en mí, esta idea subyacente bajo esta suave carne, rotan los infinitos engranajes empapados en nostalgia,
porque la nostalgia es eso, la formación central de las brasas, un pequeño calor que mantiene todo bien temperado adentro de los sueños.
Hay quien cree que la nostalgia es todo lo contrario,
yo digo que se equivocan sin equivocarse,
igualmente como dicen y dicen de las revoluciones y las revoluciones y las revoluciones,
yo digo que se les han llenado las manos de palabras, palabras que pesan todos los siglos juntos,
todas las ideas juntas,
y que se han marchitado lo mismo que un capullo de clavel bajo la inclemencia de una sequía;
toda palabrería es una sequía —heme aquí, soy culpable de esta fisura en mis vísceras—,
una terca, una terca sequía, una inacción de lo que debe ser.
Ahora, en este instante, vengo a ser inclemente como este viento que revolotea en mi negra cabellera;
seré el pulmón, el corazón, los bronquios y toda la circuitería que, engañándonos, le hemos llamado milenariamente «cuerpo humano»;
soy el resumen de toda una infinidad de devenires, incluso desde el inicio mismo —que es este, porque no hay inicio distinto a este que cargo bajo los pies y no habrá otro distinto entre sí hasta que se despeguen todos los átomos, unos de otros, cuando entiendan lo vacío que nos encontramos al palpar,
al manotear el aire,
lo que nuestros sentidos interpretan—..
este que soy ahora le habla al que será mañana,
no sólo le habla —porque estoy siendo él ahora—, sino que lo acaricia y lo calma ante cualquier ansiedad,
bebe del mismo futuro del que lo hago en este instante;
ahora le digo a él para que, cuando sea el momento oportuno, me diga a mí propio que abra los ojos, sienta al tacto de sus —mis— pies el suelo enmaderado y entierre suavemente las manos en la tierra, así como alguna vez hizo —hice— con los pies en tierra húmeda y arada, buscando enraizarse desesperadamente al abandono;
pero ¿qué es abrazar toda esta circunferencia?
¿Es apenas un gesto débil y moribundo, un capricho, un deseo de ser todo siendo algo cercano a la nada?
O ¿es esa cosa cercana a la nada esta pregunta, el lenguaje desenvuelto, cual lengua crecida que lame el porvenir de esta finitud?
Bajo esta suave carnosidad duelen todos los segundos, y soy cínico, muy cínico, porque bloqueo cualquier intento de movimiento perpetuo
—¡que tu movimiento, tu puñetazo, se pierda en el espacio y reviente infinitos!—,
cualquier atisbo negro de reverberación física, pulsación,
viejos resquemores de muertes pasadas,
cualquier indicio que perturbe el descanso inmaculado —la blancura de una ausencia sonora—,
cualquier brusquedad en los sentidos mismos,
y que puedan romper la continuidad indeterminada de ese segundo en que ya he inspirado y el cuerpo, ya automatizado,
se prepara para exhalar continuando su antiguo ciclo.
He entrado en otro estado, todo cuanto toco quiere volverse uno con uno adentro, todo húmedo y viscoso.
¿Acaso las sonoridades también tienen colores?
¿Acaso tus palabras —estas también— huelen?
Adentro, todo, muy adentro, tiene un solo color, tiene un solo olor, tiene, también, un solo lenguaje desconocido,
¡incluso lo totalitario, lo absoluto, siendo único es distinto y distinto entre todos y cada uno!
¿Y por qué, si desconozco, quieres volcarte en mí?
(¿Recuerdas las nubes, ves cómo las desgarran y armo lindos atados donde tus vaivenes, y los de tus ojos, se asemejan a esos reflejos salinos en movimiento desde millones y millones de años?)
Hay corporalidad en este canto, hay corporalidad desde este canto,
hay fracciones que son semejantes a espacios recónditos, indeterminados, inabarcables, absolutos, sí;
tengo en la boca el alimento de este y cada unos de los días venideros,
tengo en la boca mucho más que eso también:
una voz que es ramaje absorto y fresco de un membrillo pulsante, pujante,
todas las moléculas que recrean esta y cualquier realidad que deseemos,
la identidad misma de Dios —que es «tiempo sin ritmo» y que por eso se ha vuelto absurdo y ajeno a mi rostro—,
los colores de todos los sonidos y todos los vocabularios,
tengo en la lengua misma el color de esta sonoridad que no es otra cosa que instinto de procreación, el color de la animalidad,
el olor de la herejía y la histeria,
el suave tacto de cuando buscamos las raíces de uno en el otro,
¿no existe cosa que no se haga participe, no desee su propia liberación?
¿Y por qué yo, por qué, si sólo soy un susurro desenfrenado?
¡Mira!, allá se desgarra otra nube,
otra nube que se deshoja marchita entre los dedos, como quien desgarrara carne del animal que se ha convertido en presa del hambre;
porque acá estamos presos bajo todos los círculos —¿no es acaso lo contrario?—,
como el inicio, o la ruptura de toda elipse,
de toda verbalización, de toda creación...
¿Qué es, qué son nuestros actos vistos por los demás?
Mira mis huellas, no son más que residuos, una anécdota si quieres así llamarles...
¡Y la cultura! Esa feca con la que llenas tu boca de discursos grandilocuentes, pero en fin, ni estoy acá para preocuparme de lo que digieres... decía, entonces, la cultura, que también es residuo, así como el arte, que es otra cepa...
¡qué es acaso un artista!, un artista, sino un ente paridor, o también un canal, que a través de él, la vida transita y marca, de distinta forma, los pasos, pero ¿la vida se transita?, ¿es correcto verla como se podría ver a otro objeto en cualquier paisaje? Un error, un error, eso es... Nos hemos de sentir más vivos siendo nuestros propios espectadores.
Pasividad; objetividad.
¿Y qué podría decir sobre mí?
Este atado de espanto, de carne y respiración, oxidación;
podría decir, quizás, que soy un caldo de cultivo, pero no existe caldo más curioso que el vómito mismo; ¿seré lo mismo que un vómito? Sí, sí, explosivo, sí, irreflexivo, sí, así;
y de mí, de este atado orgánico, es que fluctúa cualquiera de los pulsos de los que se compone la arquitectura mítica de una lanzada de arena,
¿qué sería de mí si no fuera todas las antípodas posibles? Allí, donde quieras trazar cualquier dimensión, diré que te contengo y que soy tu contrario;
o que de mí, esta conjunción de brasas, la calamidad pulsante expele espinas por las uñas; o que en mí, esta idea subyacente bajo esta suave carne, rotan los infinitos engranajes empapados en nostalgia,
porque la nostalgia es eso, la formación central de las brasas, un pequeño calor que mantiene todo bien temperado adentro de los sueños.
Hay quien cree que la nostalgia es todo lo contrario,
yo digo que se equivocan sin equivocarse,
igualmente como dicen y dicen de las revoluciones y las revoluciones y las revoluciones,
yo digo que se les han llenado las manos de palabras, palabras que pesan todos los siglos juntos,
todas las ideas juntas,
y que se han marchitado lo mismo que un capullo de clavel bajo la inclemencia de una sequía;
toda palabrería es una sequía —heme aquí, soy culpable de esta fisura en mis vísceras—,
una terca, una terca sequía, una inacción de lo que debe ser.
Ahora, en este instante, vengo a ser inclemente como este viento que revolotea en mi negra cabellera;
seré el pulmón, el corazón, los bronquios y toda la circuitería que, engañándonos, le hemos llamado milenariamente «cuerpo humano»;
soy el resumen de toda una infinidad de devenires, incluso desde el inicio mismo —que es este, porque no hay inicio distinto a este que cargo bajo los pies y no habrá otro distinto entre sí hasta que se despeguen todos los átomos, unos de otros, cuando entiendan lo vacío que nos encontramos al palpar,
al manotear el aire,
lo que nuestros sentidos interpretan—..
este que soy ahora le habla al que será mañana,
no sólo le habla —porque estoy siendo él ahora—, sino que lo acaricia y lo calma ante cualquier ansiedad,
bebe del mismo futuro del que lo hago en este instante;
ahora le digo a él para que, cuando sea el momento oportuno, me diga a mí propio que abra los ojos, sienta al tacto de sus —mis— pies el suelo enmaderado y entierre suavemente las manos en la tierra, así como alguna vez hizo —hice— con los pies en tierra húmeda y arada, buscando enraizarse desesperadamente al abandono;
pero ¿qué es abrazar toda esta circunferencia?
¿Es apenas un gesto débil y moribundo, un capricho, un deseo de ser todo siendo algo cercano a la nada?
O ¿es esa cosa cercana a la nada esta pregunta, el lenguaje desenvuelto, cual lengua crecida que lame el porvenir de esta finitud?
Bajo esta suave carnosidad duelen todos los segundos, y soy cínico, muy cínico, porque bloqueo cualquier intento de movimiento perpetuo
—¡que tu movimiento, tu puñetazo, se pierda en el espacio y reviente infinitos!—,
cualquier atisbo negro de reverberación física, pulsación,
viejos resquemores de muertes pasadas,
cualquier indicio que perturbe el descanso inmaculado —la blancura de una ausencia sonora—,
cualquier brusquedad en los sentidos mismos,
y que puedan romper la continuidad indeterminada de ese segundo en que ya he inspirado y el cuerpo, ya automatizado,
se prepara para exhalar continuando su antiguo ciclo.
He entrado en otro estado, todo cuanto toco quiere volverse uno con uno adentro, todo húmedo y viscoso.
¿Acaso las sonoridades también tienen colores?
¿Acaso tus palabras —estas también— huelen?
Adentro, todo, muy adentro, tiene un solo color, tiene un solo olor, tiene, también, un solo lenguaje desconocido,
¡incluso lo totalitario, lo absoluto, siendo único es distinto y distinto entre todos y cada uno!
¿Y por qué, si desconozco, quieres volcarte en mí?
(¿Recuerdas las nubes, ves cómo las desgarran y armo lindos atados donde tus vaivenes, y los de tus ojos, se asemejan a esos reflejos salinos en movimiento desde millones y millones de años?)
Hay corporalidad en este canto, hay corporalidad desde este canto,
hay fracciones que son semejantes a espacios recónditos, indeterminados, inabarcables, absolutos, sí;
tengo en la boca el alimento de este y cada unos de los días venideros,
tengo en la boca mucho más que eso también:
una voz que es ramaje absorto y fresco de un membrillo pulsante, pujante,
todas las moléculas que recrean esta y cualquier realidad que deseemos,
la identidad misma de Dios —que es «tiempo sin ritmo» y que por eso se ha vuelto absurdo y ajeno a mi rostro—,
los colores de todos los sonidos y todos los vocabularios,
tengo en la lengua misma el color de esta sonoridad que no es otra cosa que instinto de procreación, el color de la animalidad,
el olor de la herejía y la histeria,
el suave tacto de cuando buscamos las raíces de uno en el otro,
¿no existe cosa que no se haga participe, no desee su propia liberación?
¿Y por qué yo, por qué, si sólo soy un susurro desenfrenado?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)