jueves

V.


abismado, caído,
encontrose quebrando horizontes, a patadas, a gritos aullidos a su infinito ─ese que le rodea, que le rodea el cuello en circunferencias de humo─ diciendo, levantando piedras para lanzarlas contra todo el aire;
hoy es otra de mis voces ─impreca─ clama a eso otro que le ata los órganos al análisis perpetuo e inconmensurable como la palabra inconmensurable
(ve y no ve, respira y no respira, anda y no anda);
sigue ahí, estructurando lo quebrado, agujereando para siempre el alma que lo llena de gusanos... ...─se agusana los recuerdos de recuerdos y tritura los vidrios con el peso muerto mecánico del aura─; cree que no será lo mismo recorrer los surcos que atravesarlos de huellas apuñaladas sin éter;

(recuerdos de vitrales fragmentándose, refractándose, luz obscura entrando por la negrura religiosa,
─edificación de milenios pudriéndose entremedio de las sábanas─,
pedregales de tierra con sabor a tierra anónima,
surco de arado con semillas de amapola,
ahí se vela otro angelito con el rumor de la acequia infinita que atraviesa lo humano y lo divino);

le duele lo que siente, lo que palpa, lo que entierra:
curvatura de lo innominado:
los huesos entre siembras de gladiolos pisando barro y ciénaga de conciencia, pisando fuerte, muy fuerte, pero muy fuerte con la arquitectura biomecánica del arado y los bueyes, que son los engranajes del amanecer;
es entonces que la antigüedad del invierno cae, como melancolía blanca, sobre las manos que aran, recorriendo de polo a polo los álamos, que son extramuros,
imaginariamente;
siente que retrocede como de insecto a larva hasta empuñar la huasca quebrada del siglo llena de humaredas,
piensa en acciones cuando todo lo irremediable cae en sus norias de memoria,
piensa en acciones y sollozan las horas y los días nublados en zorzales de agua,
piensa en acciones, y algo se le mezcla adentro muy adentro del cielo,
piensa en acciones, que son la victoria, el triunfo alado, de la vida, eso que trae adentro de los frutos rojos de las ideas, por sobre el poema...
el poema, el poema, ese producto metasíquico de lagunas de aire que se le enquista en el alma y empuña como corvo ensangrentado guardado dentro de las fajas de las arterias;

¿qué hace mirándolo todo?
comprender, comprenderlo todo, ansía eso, anhelo de muerte, reestructuración de silencios, rearticulación de silencios, rearticulación de la lengua, exhumación, sobre todo exhumación, anulación de lo que es efímero y envolvente como caricia degollante ─porque desea ese deseo, el degollarse en una caricia viva─,
ve y encuentra que encuentra mecanismos de lo muerto, de lo efímero, el pueblo que se hace horizonte de un lado al otro lado de punta a punta de los brazos, la calle borneada por el fruto de la zarzamora, la acequia llena de humanidad, la fuerza bruta de los amaneceres con los caballos atados a las muñecas, la cosmogonía nocturna y ensombrecida del relato añejo con los graznidos metálicos de los queltehues, los pequeños infiernos de las tardes de domingo ─con la lengua afuera el domingo chasquea los sentidos adormeciéndolos─;
carga eso sobre la espalda, se le moja lo mismo que la lengua que lame los nogales en ausencia sin remordimientos; sabe que arrastra algo, algo que desconoce, algo como su consciencia, la arrastra como quien parte medio a medio corteza a puñetazos, la arrastra por toda la circunferencia del otoño e invierno con fuerza bruta:

algo le ha sido arrancado de la boca:
la infancia.